Jean Casimir, Embajador de la Historia Decolonial de los Haitianos.

Su Trayectoria y su Última Obra

Entrevista de Mónica Clesca,
Puerto Príncipe, abril de 2021

Elegantemente vestido con una guayabera blanca y pantalón marrón, Jean Casimir  me acoge con los brazos abiertos frente al portón y me indica la entrada de su dominio. Es un lugar magnífico, paradisíaco, en el corazón de la capital populosa y  calurosa; un mini bosque tropical  con árboles de madera preciosa como guayacán y caoba, frutales, especialmente paltos, quenettiers, mangos, árboles del pan, y un aki jamaiquino, pero también camelias, jacarandas, buganvilias japonesas y pistacheros de las Indias. Por cierto, estamos en un decorado de un Puerto Príncipe de otros tiempos. Rodeados de pipas chinas, un viento  fresco que nos acaricia  y nos hace olvidar, momentáneamente, los ruidos estridentes de los vehículos y los peatones que pasan al otro lado de los muros.

En la terraza, sobre una mesita blanca, una bandeja con jugo de maracuyá, agua fresca y café humeante. Con un gesto magistral, deposita su último libro: Una Lectura Decolonial de la Historia de los Haitianos, del Tratado de Ryswick a la Ocupación Estadounidense (1697-1915). Publicado en inglés y próximamente en español. Ha trabajado quince años para este momento. Un trabajo de fondo de 500 páginas que revisita la historia de Haití o más bien la historia de los haitianos. Al escuchar o leer a Casimir no se detecta ninguna complacencia por Cristóbal Colón ni por lo otros colonizadores que lo siguieron.

Este rechazo del colono, de su mirada y particularmente de su visión, este orgullo, incluso soberbia, y este combate por colocar al haitiano en el centro de la historia, Jean Casimir los aprendió de su familia, de su entorno y, sobre todo, de los eventos señeros de 1946. “Si yo no hubiera vivido 1946, no habría podido hacer lo que he hecho. Eso me ha permitido comprender lo que es Haití y ponerlo en contexto”.

Jean Casimir nació en Puerto Príncipe en 1936. Es el segundo de cuatro hermanos. Sus padres son funcionarios. La madre, Laure Liautaud, originaria de la Croix-des-Bouquets, es profesora y dirige una escuela en su propia casa. Su padre, Carvillon “Sonson” Casimir, “de los Casimir de la Croix-des-Missions”, enseña latín en el Seminario Menor y practica el derecho. Termina su carrera como juez de la Corte de Apelaciones no pudiendo acceder a la Corte de Casación debido a la ceguera que lo aqueja. Jean Casimir habla de una infancia modesta pero feliz. Debido a los efectos de la Segunda Guerra Mundial era muy difícil abastecerse, no había agua, ni harina, ni café. Hubo, entonces que inventar la manera de sobrevivir. “Recuerdo que mis padres hacían jabón en barra en una caldera para vender. No teníamos ni un cinco”.

 Descubrir la juventud de Jean Casimir es descubrir Puerto Príncipe de los años 40, plena de historias privadas y de trayectorias sociales. Recuerda la gran misa de las 8 en la catedral seguida de un paté Pauline con sopa de zapallo, los partidos con pelotas hechas de calcetines viejos o con fruto de un árbol del pan, el maíz esparcido sobre el parqué para encerarlo antes de los bailes de François Dorsainvil al piano, los desfiles del 18 de mayo en los que “tenías que marchar muy derecho”, los castigos “te pegaban, te retorcían los labios si hablabas creol”, el respeto por la escuela como un fetiche “la escuela te ordenaba marchar y tú marchabas”. De la casa en el fondo de un patio frente a la Escuela República de Venezuela, en el corazón de la frontera de Bel Air”, el espacio político del profesor Daniel Fignolé, él ve bajar la “aplanadora.” Es la masa de obreros partidarios “fignolistas” que proferían “toda suerte de improperios en contra de los burgueses y los mulatos y clamaban a su líder”. Para Jean Casimir, el barrio de Bel Air es un poco el calvario de la incomprensión a causa de todos estos piedrazos recibidos de la aplanadora, pues el propietario había arrendado un inmueble del patio al candidato Duvigneau, un mulato”.

Jean Casimir crece en un barrio en el que se mezclan la case media y la pequeña burguesía negra, “pero nacionalista basado en la ideología de que Haití es un país negro, por lo tanto el poder deber ser negro”. Sus padres forman parte de esta pequeña burguesía negra  “eurocentrista, excesivamente cristiana,” capaz de dominar el latín y para la cual, cometer un falta de ortografía es un crimen. “El purismo de este equipo era arrogante, orgulloso y confiado en su futuro.” Nos cuenta con deleite, cómo una vez cuando recitaba los siete pecados capitales de su catecismo, oyó a un pariente decir: ‘No digas tonterías. La soberbia no es un pecado capital’ es lo que te hacen creer”. Los recuerdos de su juventud permanecen intactos. Especialmente aquellos de sus vacaciones en Hinche en casa de su madrina. Allí conoció una burguesía negra diferente, la que vive a horcajadas entre la zona rural y la zona urbana de la cual emergieron el presidente Dumarsais Estimé y Charlemagne Peralte, líder de la resistencia caco contra la ocupación estadounidense. Se trata de negros libres desde los tiempos de la colonia que tienen que probar que están a la altura. Este sector quiere tomar la revancha por haber sufrido mucho durante la ocupación estadounidense.” Vive también momentos igualmente preciosos en casa de su padrino en Chemin de Dalles a pesar de constatar el gran desequilibrio de estatus entre este barrio “intolerable,  a pesar de que se trataba del barrio de mis amigos” y su núcleo familiar.

 El autor recuerda una rica vida cultural con el Jazz des Jeunes, la orquesta Aux Calebasses, el cantante pianista Guy Derosier, el bailarín Léon Destiné, las grandes murgas de carnaval tales como Orthophonique et Andréa, un hombre travesti de Bel Air. Sus recuerdos del jazz “que se vivía” siguen intactos: Kaban Yaya en la Croix-des-Bouquets, también Issa El Saieh. “No hay manera de separar nuestra adolescencia de Issa El Saieh. No me pueden decir que él no es haitiano. ¿Cómo se puede pretender hacer una diferencia entre él y los otros?”

Jean Casimir dice ser de la generación del 46, época de gran ebullición, de debates de ideas, del diario “La Ruche” de los jóvenes escritores Théo Baker y René Depestre, y de la lucha contra las iniquidades del gobierno del Presidente Elie Lescot y su política “mulatista”. Se acuerda de Lescot lanzando monedas desde su gran coche y de la oposición a la pureza cristiana y blanca representada por el clero blanco. “Somos nacionalistas, antilescot, antiguerra. Para un niño que nace en este medio, anticlerical también, esto facilita una autonomía de pensamiento.”

Jean Casimir cursa sus estudios primarios en el Seminario Menor, luego ingresa al Colegio Saint-Louis Gonzague que más tarde abandona porque “fui víctima de discriminación.” En 1949, este joven capitalino parte a Camp-Perrin e ingresa en el Juniorat de Mazenod de los Oblatos, lugar de gran influencia en el país por haberse formado allí los monseñores Romélus, Verrier, Sansariq, y los padres Smarth et Souffrant. Miembro de la última de las seis promociones, entra de lleno en este mundo “que es una conjunción de personas como yo, mulatos de Jérémie y campesinos del Haití profundo”. El uso del creol está prohibido y rige una férrea disciplina, con toda suerte de pequeños castigos. “No puedes jugar con los sacerdotes. Aprendes la disciplina de la reflexión y del estudio. También aprendes a discutir y a tomar posición a favor o en contra”.

Los oblatos son canadienses y franco-estadounidenses profundamente racistas sin darse cuenta, declara Casimir. “La pedofilia, eso existía. Los favoritos eran elegidos entre los alumnos de piel clara. Yo nunca tuve problemas porque no era del gusto de los profesores. ¿Porqué? Porque soy negro, feo y tengo una boca grande. Eso me protegió”.

Jean Casimir decide tomar los hábitos. Sonriendo deja escapar: “Sí, usé sotana negra… con  cinturón”. Fue entonces la partida al Noviciado de los Oblatos en los Estados Unidos para aprender las reglas de la congregación. “Era un hermoso lugar, un lugar de peregrinaje. Se pasaba el día en silencio con solo dos momentos para hablar, en la mañana y en la tarde. Así adquieres el hábito de hablar contigo mismo. Aprendes a vivir solo”. Giro de los acontecimientos al final del año: Justo antes de tomar los votos, “mwen demake. Me dije que no iba a vivir en un mundo sin mujeres. El celibato no me interesaba”.

De regreso al país, Jean Casimir traza su camino. Entre los que influyeron en ello cita al profesor Marcel Gilbert, director del Liceo Pétion de Puerto Príncipe, donde termina su ciclo secundario. “Te daba cursos de filosofía en francés y creol a partir de la vida corriente haciendo referencia a lo que tú conocías”.

Ingresa a la Escuela Normal superior en la sección de Ciencias Sociales. “El profesor Leslie Manigat, hacía furor. Había que escuchar absolutamente a Leslie llegando de la Sorbonne y hablando francés. Es uno de los primeros historiadores formados que te informaban sobre hechos de la historia de Haití que tú desconocías”. Reconoce a los profesores Gilbert y Manigat como guías, “por su arraigo en la realidad haitiana. Nos educaron para decirnos que somos negros”. A pesar de haber aprendido temprano en la vida esta lección, él sabe muy bien que las diferencias sociales entre los haitianos son a veces infranqueables.

Jean Casimir debe elegir entre dos becas de estudios, una para Canadá y otra para México. “Me dije que México estaba más cerca de Haití.” Es así como en enero de 1958 llega a ese país sin saber decir ni siquiera “Buenos días” y decide estudiar sociología. La beca consiste en $ 200 que cubren apenas los gastos de inscripción, pero luego de algunas gestiones ante el gobierno haitiano obtiene una segunda beca de $100. Inspirado por sus maestros Gilbert y Manigat, que le inculcaron el respeto por la realidad haitiana así como el amor por el conocimiento de la historia, decide hacer su tesis de licenciatura sobre la República de Haití. Años más tarde obtendrá su doctorado en sociología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

“No conocí nada de Duvalier ni de la inseguridad de aquella época de clientelismo absoluto”. Habla con un tono monocorde de los militantes antiduvalieristas que conoció y que desaparecieron: “Gérard Brierre, un amigo de Camp-Perrin, pasó a verme y hablamos de política. Más tarde me enteré de que había sido fusilado en la guerra de Jeune Haiti contra Duvalier. El grupo de Cazale había salido de México, pero no me lo advirtieron”.

Su historia con el secretariado de las Naciones Unidas comienza en los un poco más tarde, en años 70. Más tarde ingresa a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Cuando jubila de las Naciones Unidas en 1988 regresa a Haití para ponerse al servicio de la República. Dos años más tarde es nombrado Secretario ejecutivo del primer consejo electoral que organiza las elecciones del 16 de diciembre de 1990. Un mes antes del golpe de Estado en contra del presidente Jean-Bertrand Aristide, es nombrado embajador de Haití en los Estados Unidos y representante permanente ante la Organización de Estados Americanos (OEA).

Los puestos envidiables son a menudo inconfortables: ser embajador acreditado en un país mientras que el presidente que se representa está en el exilio en ese mismo país es uno de ellos. “Mi éxito como embajador no es el éxito de Jean Casimir. Aristide dirigía el país y negociaba su retorno”. Jean Casimir analiza pertinentemente y relativiza con sagacidad, como sociólogo y perspicaz observador de los hombres en el poder. “Aristide es brillante, un genio. Es básicamente un mediador por haber sido sacerdote. Pero es un hombre sin matices. No confía ni en su sombra, solo confía en el mismo, incluso demasiado.

A la llegada al poder del Presidente René Préval, el embajador presenta su dimisión que no es aceptada. Comprende entonces que “Préval, al igual que Aristide, no permite dimisiones. Son percibidas como una sanción contra ellos, o como un acto de independencia. Su concepción del mundo es que ‘tú eres su continuación’. Es por eso que nunca van aceptar una dimisión”. Permanece en el puesto pero constata que Préval actúa como su predecesor: trata directamente con el Departamento de Estado y no a través de su embajador. “Préval, es un discípulo de Aristide, no confía ni en su propia sombra”.

No se vislumbra amargura ni arrepentimiento en Jean Casimir, “Ni el presidente Aristide ni el presidente Préval toleraban la oposición abierta, pero cada uno la captaba en privado. Ambos viven en un medio político donde no hay instituciones. Ninguno de los dos concibe la oposición, es un fenómeno caribeño,”

Sin embargo, este padre de tres hijos, George, ingeniero, Myriam, doctora en educación y Daniela, abogada, afirma, “nunca he tenido ambiciones políticas, pero no me creían, como si fuera obligación tenerlas. No soy un hombre de partido, pero soy disciplinado. Si me encargas  un trabajo, lo hago.”

Después de su reelección, el presidente  Préval lo nombra representante permanente de Haití en la UNESCO. Renuncia antes de asumir el cargo. Desde 1997 es profesor de la Universidad del Estado de Haití. Da conferencias y escribe.

 El autor tiene sus razones para titular su libro Una Historia decolonial de la Historia de los Haitianos y no de Haití, puesto que su interés se centra en los haitianos. Lo que propone Jean Casimir es revolucionario, pues no se trata únicamente de reescribir la historia, sino más bien de utilizar una nueva manera –que él llama decolonial– de abordarla. Es un cambio tan radical como sorprendente. Critica acerbamente al mundo colonial y lo que el llama la “mirada colonial” que parece haber prevalecido siempre en el mundo porque “los que han colonizado son los que han escrito la historia”. Su objetivo último: restaurar la verdad y formar a los haitianos en esta lectura. El efecto es potente.

Hoy en día en Europa y en los Estados Unidos, se habla mucho de la diferencia que existe entre la mirada de un hombre “the male gaze” hechos y temas en comparación con la de una mujer “the female gaze”. Haciendo un paralelo, ¿cómo comprender la lectura decolonial en comparación con la lectura colonial de la historia de los haitianos? El asunto parece tan complicado que yo le pido que para explicármelo se imagine que tengo 5 años.

Jean Casimir es un orador cautivante cuando revive, con una mirada colonial, la llegada en 1492 de Cristóbal Colón a Haití: “Tú llegas en una de las carabelas de Colón y, con tu catalejo, ves a los taínos. Tú los miras con tu visión y tu concepción del mundo. De este modo como las mujeres y los hombres van desnudos, los ves como salvajes, en el sentido crudo. Y como la primavera es eterna, ves un paraíso terrestre. Y como arrastras una historia –la de ser hijo de Dios– los y las que ves al desembarcar son paganos, impíos, infieles. Para ti, estos otros, es decir, estos taínos, no son legítimos. Piensas que son una tribu perdida.”

Según Casimir, Colón actúa según su visión, que es, después de todo, colonial: “Esta isla es algo que Dios le ha dado. Le pertenece. Entonces, toma posesión de ella en nombre de su rey, de su reina y de su dios. Tiene poder, entonces la denomina Isla Hispaniola. Y así, esta pasa a formar parte de las posesiones del rey de España.”

 Si nos atenemos a la definición del sociólogo esta manera de mirar el mundo desde la carabela –es decir, colonialmente– y de actuar en consecuencia, es lo propio no solo de Colón sino de numerosos cronistas, historiadores, geógrafos y políticos que han analizado o escrito sobre Haití. El resultado es el relato de la historia de Haití a través de una mirada colonial o una lectura o visón colonial. “la palabra ‘indio’ es una invención del colonialismo, es una manera de homogeneizar para decir que todos son los mismos” declara Jean Casimir.

Con la frente en alto, como sus convicciones, el autor me hace revivir la llegada de Colón a Haití con la mirada decolonial, siempre como si yo tuviera 5 años. “Tú eres taína, llevas entre siete y quince mil años sobre tu tierra. Tu país está organizado: tienes tus zemes (espíritus  y objetos venerados), tienes tu idioma, tienes tu modo de vida. Vives en aislamiento, porque siempre has tenido todo lo necesario para acomodar tu mundo. Y un día ves casas que aparecen en el mar. Vas a recibirlas como lo haces con las grandes autoridades que te visitan habitualmente, con fastuosidad y ofreciéndoles regalo. Tú ves el mundo desde la playa”.

Tomándole el gusto a la mirada decolonial, insisto en comprender la visión que la acompaña. Jean Casimir asiente: “Colón me propone encajar como una pieza de un conjunto para ser mejor cuando ya me siento muy bien como soy. Estoy asentado sobre 15000 años de historia y tú me propones cambiar. ¿Por qué? Tú tienes tu mundo, y yo no puedo negociar contigo. Por lo tanto, prefiero desaparecer: lucho a muerte sabiendo que voy a perder. No me doblego. Prefiero morir”. Y lo que adviene es el suicidio colectivo de las poblaciones indígenas. Anacaona lucha hasta el último suspiro y los taínos desaparecen de manera rápida y radical. Por ser el resultado de la conquista militar y religiosa del Almirante Colón y sus hombres, este suicidio colectivo es en realidad un genocidio. A partir de entonces nos encontramos en un “nuevo mundo”, el de los colonizadores. Y Casimir afirma que la visión colonial está en la base de las acciones de los hombres de Colón, y más tarde de los franceses, y que perdurará incluso sin los colonos, en una parte de los independentistas negros y mulatos cautivos o libres, y también cuando la isla declara su independencia y vuelve a llamarse Haití.

Como buen sociólogo, Jean Casimir trata de comprender por qué los cautivos han actuado como lo hicieron. La cultura de los taínos, y luego la de los cautivos de África, es una cultura oprimida, atrapada en otro sistema de pensamiento, explica, poniendo el énfasis en la palabra cautivo porque hace una diferencia clara entre un cautivo y un esclavo. “Eres cautivo porque te capturaron e hicieron prisionero. Los colonos quieren convertir a los cautivos en esclavos, porque por definición tú eres esclavo cuando tu espíritu ha sido dominado”. La dominación es efectiva, afirma, solamente cuando el otro ha logrado arrebatarle el pensamiento, la cultura y la libertad a aquel que quiere dominar. “Pero ese es el desafío: Francia no puede hacer este trabajo. Y eso nunca lo lograron con los haitianos, sostiene el autor, que rechaza simplemente esta noción de esclavos o de negros dominados.

Jean Casimir ve más bien el genio de los cautivos que llegarán a ser más tarde los haitianos. Y es la historia que cuenta en su obra que explica cómo una persona, en este caso un pueblo –los haitianos– llega a ser lo que es. Es lo que los estadounidenses llaman “the origin story”. De este modo, la gran contribución del sociólogo es la deconstrucción del pensamiento, los gestos y las acciones de los haitianos frente a colonos dominadores. ¿Cuál era la manera de vivir o de pensar que les permite tomar las decisiones que tomaron?

En el corazón del libro, expone el combate contra el sistema dominante y también  la conciencia y la visión del mundo del haitiano.

El genio del haitiano es que va a crear su propio nuevo mundo basado en su experiencia que le permite transformar su fragilidad y su impotencia en una baza importante, según el sociólogo, incluso cuando es asediado por el mundo moderno. “Nuestra primera tarea para existir es recrear o inventar una nueva individualidad. Ya no se dicen pobres, sino desafortunados. El concepto es más bien ‘¡no tengo suerte!, los colonos bandidos me han arrebatado todo!’” Muchos elementos innovadores tendrán un lugar particular en el universo haitiano.

En primer lugar, los haitianos crean una lengua: el creol –históricamente y en el mundo haitiano, anterior al francés– para articular sus conceptos. En 1789, los franceses hablan diversas lenguas y no el francés que es la invención de la corte y de París, declara el sociólogo. “El creol existe y hace Haití. El creol tiene su soberanía, entonces los haitianos se adaptan a la lengua francesa.”

En segundo lugar los haitianos construyen su comunidad. Esto también es una invención para adaptarse. El mejor medio para los cautivos de protegerse, nos cuenta Jean Casimir, es crear un grupo. Luego, elaborar un contrato de normas comunes que definan y estructuren las relaciones entre las personas “en oposición al blanco que piensa que somos desechables.” En el interior de esta vida comunitaria, inventan una vida privada en el corazón de una vida pública. “Es un equilibrio entre, por una parte, tu participación en la vida pública y , por otra, tu relación con la vida privada puesto que eres el nexo entre estas dos vidas. Estás rodeado. Sitiado. Tienes al colono –esclavista– que te acorrala. Tu problema es: ¿cómo vivir en su mundo, aquel en que reina el imperialismo, sobre todo cuando tu relación con su sistema que te da de comer es inevitable? Y es aquí que la mujer se vuelve central: es ella quien mantiene las relaciones comunales y negocia con el exterior.

En tercer lugar, el haitiano inventa otro sistema, una estructura familiar que no está basada en la propiedad privada individual, esquivándola para ir hacia la comunidad colectiva.

Casimir insiste en la necesidad de comprender la lógica de la cuestión y el genio que guía la fundación del “nuevo mundo” haitiano. Se debe ver y analizar este sistema de relación sin juicio de valor. No es hipocresía, ni cinismo, ni oportunismo. Es la capacidad de funcionar en un determinado mundo. Y penetrar el sistema moderno. Es inteligencia. La de los haitianos es tan evidente cuando se pone en los zapatos de los cautivos: “Nosotros, los negros, llegamos solos, como individuos: un peul, un congo, un ibo sin conocer a nadie y frente a un mundo que no conocemos. Somos autónomos y construimos nuestra comunidad. Esta vida comunitaria nos protege y es lo que es Haití. Nuestras decisiones políticas deben tomarse a partir de la comunidad, y no a partir de los deseos del capataz”.

En cuarto lugar, los cautivos tienen una voluntad de construir su nuevo mundo prescindiendo de toda jerarquía. El sociólogo demuestra rigurosamente este concepto tan simple como complejo. Simple porque se dice “tout moun se moun” que significa que cada una de las persona es completamente igual a las otras. Y complejo porque se trata de una verdadera filosofía que reconoce la igualdad et eso sin jerarquías ni diferencias de color, raza o género.

Jean Casimir se apoya en varios elementos para conceptualizar sus ideas y poder comprender mejor a Haití. Se inspiró en México, Puerto Rico, Jamaica y la República Democrática del Congo, todos lugares donde él tiene sus competencias e influencias. Primero Puerto Rico que él llama “una invención de los cimarrones blancos, marginales de Europa, gentes huyendo de la modernidad, el cristianismo y la inquisición”. La isla boricua le hace comprender que Haití es esencialmente caribeño, que para él, quiere decir “un mundo que tú construyes con tu visión antirracista – por lo tanto, tout moun se moun”. Luego el Congo, que soñaba con conocer durante largo tiempo antes de visitarlo. El kikongo se habla con prefijos y no con sufijos. Nuevamente el concepto ‘tout noun se moun’. Descubro que en las lenguas africanas no existe el concepto de raza, que este no es un elemento significativo de la vida cotidiana”.

Jean Casimir se inspira igualmente en la lengua creol y el vudú para su concepto de igualdad de las personas. El género no existe en creol, nos dice, justamente “porque tout moun se moun. ‘Li vini’, ¿li es un hombre o una mujer?, ‘nèg ap travay’ ¿Se trata de un hombre o de una mujer?” El sociólogo afirma que la mambo y el houngan son iguales en el vudú. Insiste con arrebato. “Los lwa son andróginos. El primer hombre no existe en el vudú, es un huevo. Es el concepto de igualdad que no establece jerarquía alguna, porque tout moun se moun.

La travesía por los siglos pasados permite al exembajador decir categóricamente hoy día que la sede de Haití ha cambiado. No solo porque una parte de la generación del siglo XXI vive en la diáspora, sino porque Haití está rodeado por las grandes potencias como Estado Unidos. “El sistema que nos estrangula ya no es el mismo. En comparación con 1915 y el siglo XX, cuando el capitalismo y las grandes potencias reinaban, ahora es la hegemonía estadounidense. Los estadounidenses ponen orden en América Latina y mantienen a raya a todo el mundo, y Francia está casi ausente. Es la hora de una nueva ocupación. Si estamos ahí con esta presencia invasora es porque el Estado, léase el gobierno, no ha hecho nada”.

¿Por qué somos hoy en día los más pobres habiendo sido los más ricos?, pregunta el sociólogo. En el siglo XIX, conservamos todas nuestras riquezas. Se quintuplica nuestra población sin inmigración. Durante la ocupación estadounidense se importan “sirios” y jamaiquinos y crean una nueva oligarquía.“Te hacen pagar tu independencia,” responde a su propia pregunta, concluyendo que es necesario tomar conciencia del hecho que no es posible deshacerse del occidente.

“El problema es en primer lugar los haitianos frente a la metrópoli, hoy en día los Estados Unidos. Los estadounidenses no pueden dejar Haití y son incapaces de aceptar que tengamos un sistema propio. Actualmente, Haití es una colonia. Estamos sitiados. Entonces, ¿cómo vas a hablar con la metrópoli? Para eliminar las trampas hay que tomar en cuenta la existencia de la bota que te puede aplastar y saber primero si ellos están dispuestos a negociar”. Y agrega : “yo sé que nuestra soberanía debe ser puesta sobre la mesa, y deberíamos negociar con ellos lo que es negociable. Nuestra fuerza es nuestra comunidad en primer lugar. Lo no negociable es el tout moun se moun. Es nuestra base. ¿Hay hoy una oportunidad para un gran avance?”.

Nadie puede negar que actualmente Haití, “república de mediocres, te lo concedo”, vive una gran crisis existencial. El mundo está igualmente en crisis. Para lograr un cambio, el exembajador recomienda que Haití administre sus alianzas con “los condenados de la tierra”, lo que el Barón de Vastey, padre de la negritud e ideólogo del reino de Henry Christophe, llamaba los disidentes de occidente. “Es necesario llevarse bien con los disidentes salvajes, es decir los otros oprimidos del imperio, los amigos internacionales sin olvidar estructurar a los disidentes externos. El único mundo en el cual nos podemos insertar es la CARICOM y África. Es importante también aliarse con el negro estadounidense, recuperar a los haitianos de la diáspora y utilizarlos para aliarse con los otros condenados de la tierra. Es nuestra única posibilidad de aflojar el estragamiento estadounidense. Pero es necesario que los problemas vividos por los haitianos llegue a oídos del poder. Necesitamos suficiente arrogancia y dignidad para hacerles frente y bastante humildad para escucharlos”. El requisito previo según él: la creación de la cohesión social.

A sus 83 años Jean Casimir ha conocido una carrera prolífica y un éxito profesional notable. Aplica su amplio saber acumulado proponiendo una lectura en un mundo dado: «Ya no acepto a ese tipo que dice: ‘El otro fracasó por eso soy un subdesarrollado, él no comprende mi universo’. Es necesario tomar conciencia de nuestra riqueza y de nuestra pobreza, de nuestra autonomía y de lo que hemos hecho. Esta es la nueva visión decolonial.”

Ahora se dedica a la pasión que lo anima, dar a conocer el genio de los haitianos.        

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