Primer Coloquio Internacional:
Los Océanos de Fronteras Invisibles,
Universidad de Playa Ancha, 2017
A veces, el silencio es un crimen
Escribir Rosalía la Infame, fue para mí una experiencia notable, inolvidable. Fue como entrar en una casa que uno creía conocer, y en cada recodo, descubrir nuevas piezas, habitaciones secretas de las cuales había que encontrar la puerta disimulada.
Pensaba que sería fácil, fascinante pero familiar sumergirme en la historia de Saint-Domingue, de Haití de antes de la independencia. Descubrí que no sabía mucho de mi historia y que lo que sabía no daba cuenta de las complejidades de la situación y sobre todo, que la gran Historia dejaban bajo un manto de silencio a la mayoría de los actores, en particular a las mujeres y a los niños.
Mi editora y amiga Mercedes Bustamante me recordó que en el postfacio había dicho que no quería escribir una novela histórica. Por cierto, según la definición clásica y corriente Rosalía la infame es una novela histórica, cuya acción transcurre en un tiempo pasado y se hace alusión a hechos que sucedieron realmente con un conjunto de elementos ficticios pero cuyo contexto histórico respetamos. Sin embargo, quise poner énfasis no en los hechos históricos mismos, sino en los individuos durante la época y cómo ellos habían sido afectados porla Historia con mayúscula.
Cuando empecé mis investigaciones sobre la vida de los cautivos en Saint-Domingue, solo encontraba la voz o la palabra de los colonos. Las circunstancias en las cuales la nación haitiana había sido creada eran necesariamente violentas y provocaron destrucción y pérdida de archivos y otros objetos que podrían ayudar a reconstruir la vida de los cautivos. Por otra parte, los colonos franceses, para mantener la esclavitud prohibían a los esclavos aprender a leer y escribir. Incluso cuando esta prohibición no detuvo la necesidad de expresión y de libertad de estos hombres y mujeres como lo ha mostrado, entre otros, el historiador haitiano Jean Fouchard, la mayoría de los documentos de archivos provenientes de esta época corresponden a los antiguos colonos. Son, por lo general, registros, diarios de la época, cartas entre colonos y sus parientes o amigos de la metrópoli. Son estos documentos los que han alimentado el trabajo de los historiadores haitianos o extranjeros que se han abocado a este período de la historia de Haití.
Cuando comencé a documentarme sobre este período de la historia, trabajaba en el Pequeño Seminario del Colegio San Marcial donde se encuentra la biblioteca de los Padres del Santo Espíritu llamada también Biblioteca Haitiana, y tuve acceso al fondo de obras más importantes. Aproveché a plenitud esta oportunidad y pude buscar y encontrar documentos para mi novela.
Luego de haber identificado los documentos, una fase crucial era extraer la palabra de los cautivos de los textos disponibles. Como por ejemplo, los Afiches Americanos, la gaceta que se publicaba en Saint-Domingue. En un comienzo semanalmente, de 1776 a 1786, más tarde, esta gaceta apareció dos veces por semana entre los años 1786 y 1790. Los Afiches Americanos entregan informaciones básicas, tales como la llegada y zarpe de los barcos negreros, el precio de las mercaderías provenientes de Francia y el precio de las mercaderías de la colonia, la lista de los negros fugitivos y su descripción para permitir su captura, etc. Los Afiches Americanos anunciaban también la venta de los cautivos cuando los amos regresaban a Francia o cuando simplemente querían deshacerse de un esclavo excesivamente rebelde. En este caso se proporcionaba información sobre la personalidad del esclavo, además de su edad, su origen, su talla, la estampa que llevaba en el hombro u otra parte del cuerpo, y sus talentos si los tenía. De hecho, los Afiches constituían una fuente inestimable de información- Estaban llenos de sucesos diversos, (pérdida y muerte de caballos, remates, avisos de partida o anuncios de deudas por pagar) tantos hechos y detalles que permiten hacerse una imagen viva de la vida en Saint-Domingue.
Los diarios de los colonos, la correspondencia en la que describían sus jornadas a las esposas que había quedado en Francia, por ejemplo, me proporcionaron información esencial para recrear la atmósfera de la época y del lugar.
Estos documentos contenían datos pertinentes sobre la vida de los cautivos pero era necesario leerlos de otra manera para obtener información del punto de vista de estos últimos. Por ejemplo, cuando el colono o su mujer se quejaban de la pereza, la negligencia o la apatía del esclavo doméstico, había que interpretar de otra manera la acción de romper la vajilla, destrozar la ropa o quemar los alimentos, y verlos más bien como actos de rebelión individual o también como una reacción visceral frente al hecho de estar sometidos a esclavitud, reacción que se traducía a través de la violencia, el cimarronaje, o una depresión que iba a veces hasta el suicidio.
Evidente y felizmente, ciertos historiadores han hecho el trabajo de poner de relieve la vida y las palabras de los esclavos, especialmente Jean Fouchard que he citado anteriormente, y Hénoch Trouillot, otro historiador haitiano. Sus trabajos constituyen el mantillo en el que encontré las impresiones por explorar, la silueta de los personajes, las situaciones por desarrollar. Jean Fouchard en sus dos libros sobre el cimarronaje (Los Cimarrones de la Libertad y Los cimarrones del Silabario) me ha proporcionado informaciones indispensables sobre los cautivos en general y los cimarrones en particular, sus orígenes, sus comportamientos, las motivaciones, los castigos adoptados por los amos, las recidivas, y la necesidad incontenible de los cautivos por la libertad. Por otra parte, los trabajos de Henoch Trouillot me permitieron sumirme en el universo cotidiano de los hombres, mujeres y niños de Saint-Domingue. En este sentido, los ensayos de Trouillot publicados en la Revista de la Sociedad de Historia, de Geografía y de Geología de Haití, respecto de los obreros y vendedores de pacotilla, sobre la mujer de color, sobre los niños, sobre los sin trabajo en Saint-Domingue, etc. me fueron de gran ayuda, y es por eso que he dedicado este libro a su memoria puesto que falleció antes de la publicación de la novela.
Otro momento clave fue la selección de hechos y datos. Una novela no es una enciclopedia y no podía incluirlo todo, tenía que escoger y eso fue un proceso bastante difícil, agotador incluso. Algunas actas me atrajeron profundamente pues al leerlas, imaginaba de inmediato su utilización en la novela, así como el personaje que podía crear, la situación, etc. Otros me fascinaron por su importancia y hubiera querido que fuesen conocidos, pero tuve que dejarlos de lado, pues había que mantener un cierto equilibrio en la novela. No abrumar al lector, sino entregarle la dosis justa para ser eficaz.
Para aquellos que no la han leído, o todavía no lo han hecho, Rosalía la infame, cuenta la historia de Lisette, una joven nacida en Saint-Domingue y que es esclava doméstica. En el transcurso de la novela descubre la historia de sus ancestros y de su madrina que llegaron a la colonia en un barco negrero llamado La Rosalía. Nos encontramos en los años 1750 y la lucha organizada y generalizada aún no ha comenzado. Pero hay una atmósfera cargada de cólera y de un espíritu muy fuerte de rebelión, los envenenamientos están a la orden del día. Makandal, ícono de la resistencia y cuya legenda ha atravesado el tiempo siembra el terror en el Cabo Francés. También Lissette debe tomar una decisión: ¿se hará cimarrona o se incorporará a la lucha? Es por boca de su abuela y luego de su madrina que Lissette conoce la historia del barco La Rosalía. Este barco existió realmente. Todos los nombres de los barcos utilizados, todas las torturas mencionadas son absolutamente verídicas. No he inventado nada a ese nivel. La partera arada que dio muerte a 70 recién nacidos porque no quería traer al mundo futuros esclavos también existió. Lo que inventé son los detalles para hacerla más viva a los ojos del lector. No sé, por otra parte, si hubiera podido imaginar este acto. Pues fue un gesto que me horrorizó profundamente cuando me enteré de ello por primera vez. Es también el deseo de entender lo que pudo motivar semejante acción lo que me impulsó a escribir Rosalía la Infame.
Escribir una novela que transcurre en una época que no es la nuestra, exige mucha investigación y documentación, incluso si, según yo, toda novela requiere un mínimo de investigación. Para mí fue un trabajo en dos tiempos, documentarse y luego escribir. Lo hacía casi el mismo tiempo. Porque a veces la lectura de un hecho, de un suicidio por ejemplo, y la descripción de la vida de un cautivo en particular, me llevaba de inmediato a la creación del personaje, tal como Fontilus por ejemplo, un personaje sumamente trágico. Este joven que ama la vida, al que le gusta bailar y relajarse, pero que se pregunta ¿cómo vivir en tales condiciones? ¿Se vive realmente cuando se es propiedad de otro? Mientras me documentaba, imaginaba a los personajes para situaciones que encontraba pertinentes para mi proyecto de escritura. Es así como creé el personaje de Gracieuse, esta cocotte, esta mujer que vive en la intimidad de los amos, que sufre los caprichos del marido y de la esposa. Las cocottes, las amantes de los colonos son a menudo presentadas como seductoras, que tienen cierto poder sobre los amos, pero al crear a Gracieuse comprendí bien que ella era también y sobre todo una cautiva, una mujer atrapada en un situación insoportable y que se debatía con las armas de que disponía contra un sistema en el cual ella era la perdedora.
Pero, más allá del proceso de documentación, la selección de los hechos y de estructuración de la ficción y de los hechos históricos, lo que constituyó un último desafío, fue la propia escritura. El tono, el estilo. Lo quise los más poético posible, pues era para mí una manera de contrarrestar la violencia y la dureza del tema. No para esconder la realidad o mitigarla, sino por el contrario utilizando el derrotero y la belleza del lenguaje para entrenar al lector y hacerle descubrir el horror de la esclavitud del punto de vista de esta joven mujer. Pues es la voz de Lissette que habla, es través de sus miedos, sus angustias, sus cóleras, su tristeza, sus alegrías, su necesidad de comprender, de vivir y de amar que la esclavitud es narrada.
Años después de haber escrito Rosalía la Infame, tuve el privilegio de ir a Benín y a Gana. Como tantos otros, sentí una inmensa emoción frente a esos lugares de memoria. Primero en Benín ante el memorial de la Unesco, a Ouidah, frente a ese lugar de exportación de cautivos, sentí una gran tristeza y mucha indignación frente a la crueldad humana. Mi visita al fuerte de Cape Coast en Gana fue también dolorosa. En ese lugar que tuvo un papel importante en la trata negrera, me sentí propulsada a otro mundo, siglos atrás. Mientras el guía recitaba su monólogo, explicándonos cómo se mantenía prisioneros a los cautivos, dónde se confinaba a las mujeres que se negaban a acostarse con los raptores, los otros visitantes y yo permanecimos en silencio. Sin decir una palabra, junto a los otros recorrí a grandes pasos la tierra húmeda, caminé por las avenidas estrechas y sombrías y aspiré este olor de terror, de angustia y de cólera, de dignidad y coraje que para mí subsistía en esos lugares. Hubiera querido desintegrarme y formar parte de los muros para compartir ese horror del cual no puedo sino hablar de la mejor manera posible hoy en día. Pues, ¿cómo decir, cómo expresar lo que no se ha vivido? Es el tema fundamental de aquel o aquella que escribe, dar voz a aquellos y aquellas que no pueden o no pudieron hacerlo sin traicionarlos, sin desnaturalizar su historia.
En este sentido, considero los lugares de memoria como espacios de preservación y de renovación de las emociones, y para un escritor, el o la que crea, estos lugares son fuentes preciosas de inspiración. Benín y Gana me inspiraron otra novela que acabo de terminar. Histórica también, incluso si he dicho no haber querido escribir una novela histórica. Pues lo que me importaba, lo que me importa aún hoy, no es hablar de los héroes, en su mayoría grandes hombres que han marcado la historia de Saint-Domingue, sino justamente sacar del anonimato a los hombres, mujeres y sobretodo a los niños que vivieron la esclavitud, que lucharon y lograron liberarse. En Rosalía la Infame, la presencia de mujeres es importante como lo era en Saint-Domingue, es imprescindible, como debería haber sido en los libros de historia. He querido mirar de otra manera la historia, recordar el papel de las mujeres, de los hombres anónimos, de los individuos y no contar las grandes batallas ni las epopeyas por muy bellas que sean.
Durante mi visita a Benín, el antiguo Dahomay, ese reino de donde vinieron varios cautivos de Saint-Domingue, me quedé largo rato de pie frente al Árbol del Olvido. Es una historia bien conocida pero quizás es importante repetirla. Durante el comercio transatlántico, cuando los hombres y mujeres eran capturados, debían seguir un ritual para hacerles olvidar sus lugares de origen. Debían dar la vuelta al Árbol del Olvido, los hombres nueve veces, las mujeres y los niños siete veces, para olvidar sus nombres, sus familias, sus seres queridos, sus creencias, sus culturas, los objetos cotidianos, los elementos del paisaje. Ese Árbol del Olvido simboliza la brutalidad de ese desplazamiento forzado, de ese exilio sin retorno. Muestra también que los que organizaban ese comercio inmundo habían comprendido la importancia de la memoria. Frente a los crímenes contra la humanidad, frente a las tragedias de la historia, la memoriaes un arma de combate poderosa. Recordar para mejor preparar el porvenir, pero también para no repetir los crímenes del pasado.Recordar para rendir homenaje a aquellos que sufrieron y lucharon.
En ciertos casos, el silencio también es un crimen.